Ballena mordida por tiburón hace 5 millones de años
No tuvieron compasión. Hace cinco millones de años, cuando Huelva todavía era un lugar perdido bajo las aguas, un grupo de tiburones devoró una ballena con tanta voracidad que incluso alguno de ellos se dejó los dientes en el intento. El crimen se conoce gracias al trabajo de un equipo de paleontólogos dirigidos por el doctor Fernando Muñiz, que ha descubierto en la provincia andaluza restos fósiles que evidencian el ataque.
Según ha explicado Muñiz a ABC.es, el cráneo de la ballena, compuesto por una mandíbula superior y dos inferiores, fue descubierto en Huelva hace tres años. Durante la limpieza y preparación del material para su exposición en el Centro Provincial de Interpretación Paleontólogica en Lepe, «reconocimos en una de las mandíbulas inferiores unas extrañas marcas y fracturas en la superficie del hueso», recuerda el experto.
Resultaron ser las «huellas del crimen» dejadas por una manada de tiburones compuesta «por unos cinco ejemplares, aunque su número es difícil de contabilizar».
Pero había algo más: en los huesos de la ballena aparecieron «clavados» dos dientes puntiagudos, afilados y cortantes de tiburón. «Es algo excepcional -dice Muñiz- porque nunca antes en el mundo se habían encontrado dos dientes de tiburón tan antiguos en un mismo fósil, como mucho uno».
Otros diez dientes fueron encontrados en la arena, alrededor de los fósiles enterrados. «A los tiburones se les caen con facilidad cuando atacan una pieza dura», apunta el especialista.
Las marcas dejadas en el hueso demuestran que los tiburones, en su mayoría de una especie parecida a la actual Cañabota Gata o tiburón de siete branquias, «no estaban de cacería», sino que devoraron a la ballena, de unos seis metros de longitud, como carroñeros, cuando el cetáceo ya estaba muerto en el lecho marino, a unos 60 metros de profundidad.
Las marcas reflejan diferentes tipos de comportamientos, «algunas fueron debidas a punzadas de tanteo, es decir, cuando uno o varios tiburones dieron simples mordiscos al hueso de la mandíbula, pero no para arrancar trozos de carne sino más bien para tantear la posible comida».
Otras parecen «arañazos» y reflejan «una mordida con el posterior y típico movimiento lateral de la cabeza del tiburón para intentar separar la carne e ingerirla». Cuando el banquete terminó, los huesos del esqueleto de la ballena se enterraron de manera relativamente rápida, dando así comienzo al proceso de fosilización que hoy ha permitido a los paleontólogos reconstruir la secuencia.
En el descubrimiento, facilitado por la excelente conservación de los fósiles, han colaborado las universidades de Huelva y Copenhague y el Instituto de Investigaciones Geocientíficas de California. Supone el colofón a cuatro años de investigaciones.
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